Noche cálida de verano. Es la noche
del 13 julio de 2019. Nuestro siglo XXI ya calentó motores. Aún tiene que
correr mucho para estar a la altura del siglo XX. Siglo de la conquista de
nuestra Luna. La hemos acariciado con nuestros cortos dedos. Nuestro verbo ya
no está solo. Camina junto al polvo de estrellas.
Miro el reloj. Mi
ansiedad aumenta por ver nuevamente a The Cure. Tengo ganas de escuchar
algo más que música. Quiero volar y transportarme a los mundos escuetos de los
hombres elegidos.
Madrid disfruta de
una verdadera noche de verano para dar cobijo al talento. Los pájaros negros
duermen acariciando las puntas de las ramas. No hay luna llena, tan solo
esplendor.
Estoy frente al
televisor. Veo salir al grupo apremiado por sus sombras. Asoman al escenario
que proyecta la oscuridad escondida en miles de años. Se acercan a sus
instrumentos como si fueran a pilotar el Apolo XI. Seguros ante miles de ojos.
Cada mirada es un eclipse en el tiempo.
Desde el primer
acorde de la primera canción con Playsong iba a ver como las cinco torres
acabarían cayendo una tras otra. Mis ojos perdían la tensión que tenían desde
el inicio. Miraba con fuerza para entender porque no encontraba el sonido que
necesitaba escuchar. La sangre que sacia al vampiro. Muy pronto mi decepción
tenía explicación: no encontraba los dedos ensortijados de Pearl Thompson.
Sus dedos llenos de magia que crean y rellenan el sonido de guitarra hasta
hacerlo pleno. Su sonido lo escuchas sabiendo que Thompson lo rescata del más
allá para mostrarnos la elegancia de otras vidas. Eso es seguro. Pero él no era
uno de los invitados al concierto de la cima.
En su lugar, Reeves
Gabrels permanecía impertérrito asiendo la guitarra como un mecánico coge la
llave inglesa, asumiendo su papel de burócrata del sonido. Si, cumplía su
papel, pero no me transmitía la sonoridad embrujada de Thompson. Lo echaba de
menos. Las canciones no sonaban con el espíritu con el que fueron creadas.
Vacías de alma. La voz de Robert Smith sonaba a esperpentos por momentos. Se
imitaba a si mismo. El bajo electrónico de Simon Gallup orbitaba sin parar
entre la contundencia y el caos. Su sonido iba y venía como mi propia
crispación. Sonaba a hueco. Sonaba a desesperación mezclado con el fino viento
nocturno.
Solo me dejaba
llevar por el ritmo cuadriculado y feroz de Jason Cooper. El bebía de la savia
pretérita de la oscuridad. Competía por arañar la preponderancia que tenían los
sonidos de teclado. Si, el talento de Robert Smith había dejado marchar a los
fantasmales sonidos de guitarra. Los castillos no imponen tanto si no los rodea
la bruma. El sonido del órgano poco fantasmal levitaba entre los cabellos
lacios de Roger O'Donell. Escuchaba sus acordes saliendo de su teclado
como quien se mira en un espejo, creyendo que es el más interesante. Su melena
era acariciada por el frenesí y la brisa de la noche madrileña, poco más. Pero
los aplausos, después de cada canción, eran meros sellos en una carta.
Apenas importaban, casi molestaban.
Después de dos horas
de concierto, continuaba despierto esperando la canción que me derrotara,
aquella que justificara toda la inspiración que he sentido con The Cure. Me
fui, deserté hasta mi cama buscando refugio, sin haber reconocido los
acordes de Desintegration, Fascination Street, y tantas otras. Sonaron tan
irreconocibles, tan lejos de mis fantasmas....
El día anterior si
que disfruté en el mismo lugar con The Smashing Pumpkins. Mi colega Billy Corgan nunca
me decepciona. El es poesía siempre. Vuelo en sus ojos de aeroplano
Tal vez, como anuncian las melodías de mi ciudad, tal vez,
sí, tardé, en llegar al paisaje de las lunas soterradas, escondidas, entre su plúmbea belleza, por finas tiras de mansa luz amamantadas
Plumas de nieve, en borlas de colores, hasta ti me acercan
¿quieres ser mi diosa esta noche? Mi fugaz acuarela amada
Solo a lo lejos regodean mis lágrimas al visitar tus campos vestidos de tristeza. Solo
de lejos me atrevía a amarte. Allí escuché a mis sombras recitar el sordo sonido de mi grito amado
Margaritas de suelo azul. Tupido con parábolas de sordas palabras sin sonido
Caminan en mis sentidos, explorándote, versando a tus infinitas
enredaderas. Voluptuosa eres tú, mi voluntad. Y alabo tu mirada hermosa
No, no arribé tarde a las batallas de besos danzantes entre vaporosos espejos
de bellos versos. Lejos resuenan como almas cristalinas, victoriosas sobre armas
derrotadas
Luego se agotó la sed del alma donde ahora come el cuerpo, hambriento de un océano en
calma
Y si así fuera, alambres y espinos se alejan de mis estambres. Transformados en
olivos. Envueltos en viento ceniza. Notas de mi tranquila partitura que me desliza
Y vuelvo a estirar las oscuras telas del mañana
Arrancada de pérgolas fantasmales
Una visión gótica mesándose en la blanca Atenea
Calma en la derrotada arena, la siento lunar, brillándome con los
inmensos ojos del vacío
Arden en los libros sus angostas hojas, aquellas que dibujan mi historia selena
Mi Alma apócrifa
Maldita
Mástiles del tiempo me resucitan
Crímenes solitarios con los que me adorno