Pequeña gozosa, mi adviento morado,
tú bebiendo del pánico del estanque, de sus aguas ponzoñosas. Clavando retinas mortuorias
sobre su falso verde y mal oliente.
Me llegan en oleadas, surgidas desde tu inexorable abismo, tus palabras ofensivas.
Me llegan en oleadas, surgidas desde tu inexorable abismo, tus palabras ofensivas.
Copan de salitre mi mansa llanura y construyen picos en tus dientes.
Zozobra la mirada de tus ojos
negros buscando la fe en las manos de un esclavo.
Y ellas no dejan embaucarse.
Solo a mi me adoran.
Pensemos que tu cielo oscuro tapa el devenir de tu diablo, desdichada niña
maldita, habitando tu poca saliva, donde lo ruges.
¡Mira! la mansión de los placeres, habitada con la fina piel de mi vasto recuerdo, se derrumba.
¡Huye, oscurecida bruja! que ya no eres siquiera pesadilla.
Los ojos negros no eran negros, solo eran muerte arrastrándome al olvido.
Disfruta esos momentos de trágica llanura.
Disfruta y duérmete con la oscuridad que te ofrecerá mi noche.
¡Mira! la mansión de los placeres, habitada con la fina piel de mi vasto recuerdo, se derrumba.
¡Huye, oscurecida bruja! que ya no eres siquiera pesadilla.
Los ojos negros no eran negros, solo eran muerte arrastrándome al olvido.
Disfruta esos momentos de trágica llanura.
Disfruta y duérmete con la oscuridad que te ofrecerá mi noche.
don dumas